domingo, 6 de mayo de 2012

La factoría de Dafen

¿Cuánto cuestan "Los girasoles" de Van Gogh, "La última cena" de Leonardo Da Vinci, "La ronda de noche" de Rembrandt o la serie de retratos de Mao realizada por Andy Warhol? En cualquier subasta de Sotheby´s o Christie's valdrían millones de dólares y batirían récords de cotización, pero hay un lugar en China donde se pueden comprar por menos de 50 euros.


Bienvenidos a Dafen, un pequeño barrio que se encuentra a las afueras de la ciudad china de Shenzhen, a 30km de Hong Kong. En él trabajan más de 10.000 pintores que producen (en el sentido más industrial de la palabra) copias de obras de arte que se venden en todo el mundo. Los copistas de Dafen son los mejores estudiantes de las escuelas de Bellas Artes de China. Producen unos 5 millones de cuadros al año, es decir, un 70 % de los cuadros al óleo que se vende en el planeta.
Una gigantesca mano de bronce que sostiene un pincel nos recibe. El suburbio, que fue una antigua aldea de pescadores, se ha convertido hoy en el mayor centro pictórico del mundo. Rodeado por una valla y con cinco kilómetro cuadrados de extensión, alberga calles empedradas al estilo europeo, unas 800 galerías de arte falsificado y elegantes cafeterías.

Podríamos hablar de una "fábrica" con cientos de talleres donde se falsifican diariamente, por tan solo 35 dólares, obras de Picasso, Miró, Van Gogh o Leonardo, entre muchos otros. Cada pintor realiza unas 30 copias diarias, con sistemas de "fabricación" en cadena. Cada artista se especializa en una parte del cuadro para acelerar el proceso de trabajo. Se trata más bien de una labor técnica, pues los motivos y el contorno de las figuras les vienen ya impresos en la tela, por lo que se dedican a aplicar minuciosamente los colores.

Entre las obras más reproducidas están las caras sonrientes de Yue Minjin o los pálidos retratos de Zhang Xiaogang, uno de los clásicos de las copias chinas, que se encuentran por doquier en cada tienda de arte por unos 300 yuanes (30 euros).

Huang Jiang
El artífice de tal empresa fue Huang Jiang, que recaló en Dafen con 26 pintores en 1989 en busca de un lugar tranquilo donde poder atender a los grandes pedidos de miles de cuadros que le hacían las grandes superficies americanas, como Wal-Mart.


Desde finales de los años 70 china se abrió a la inversión extranjera al convertirse en uno de los primeros lugares en aplicar las reformas capitalistas. Fue entonces cuando este pequeño pueblo de pescadores empezó a desarrollarse y a crecer a pasos agigantados. Impulsado por este "boom" industrializador, que convirtió a las provincias de la costa china en una gran factoría, Huang Jiang implantó en Dafen la producción en serie de obras de arte. Mientras en otros lugares se fabricaban televisores, frigoríficos, ordenadores y coches, aquí se manufacturaban cuadros siguiendo el patrón de las cadenas de montaje ideado por Henry Ford. Con una filosofía claramente estajanovista, el empresario dirigía una planta con un centenar de obreros-artistas que se pasaban el día entero pintando por un sueldo mensual de unos 2.000 yuanes (200 euros).


Huang Jiang, hijo de una profesora de arte, empezó pintando encargos de millonarios europeos. Al principio la tarea le llevaba al rededor de dos o tres días por cuadro, que vendía por unos dos euros. Sin embargo, con el tiempo ganó habilidad y le bastaba con tan sólo una hora. Huang realizó una media de 12 cuadros diarios durante más de veinte años, lo que le convierte probablemente en el artista más prolífico de la historia. 

"En esa cadena de producción, unos aplicaban los colores mientras otros dibujaban las formas. Nuestras vidas se reducían a pintar mucho, comer sólo un poco y dormir aún menos", comenta Chen Ming, quien trabajó en la fábrica de Huang Jiang y ahora posee su propio estudio. Estudió Bellas Artes y soñaba con alcanzar la fama de genios como Renoir o Toulouse-Lautrec, pero hoy sólo se puede dedicar a imitarlos.


"Por supuesto que me gustaría pintar mis propias obras, pero de algo hay que vivir y esto es lo único que sé hacer", se resigna en su pequeña galería de quince metros cuadrados. Por el local, que incluye un apartamento de dos habitaciones en el piso superior, paga un alquiler mensual de 4.000 yuanes (400 euros), casi la mitad de los 10.000 yuanes (1.000 euros) que ingresa de media. En la planta de arriba, vive junto a su mujer, también pintora, y dos primos que acaban de llegar y a los que ya está iniciando en el oficio. 

Chen Ming
"El negocio ahora no es muy bueno porque las ventas, sobre todo en Occidente, han bajado por la crisis", se queja Chen Ming, quien trabaja para clientes chinos y marchantes canadienses que, cada dos meses, vienen a Shenzhen y le compran cientos de cuadros. El arte se compra al peso y el precio no depende de la calidad de la obra, sino del tamaño del lienzo. Con marco, un óleo de Klimt de 92 por 122 centímetros cuesta 600 yuanes (60 euros), mientras que uno de 62 por 92 centímetros vale 350 yuanes (35 euros), aclara Chen equiparando el valor de continente y contenido.


Pero todo no podía ser un camino se rosas. Ante las quejas de numerosos creadores el gobierno chino se ha visto obligado a prohibir la venta de copias de artistas vivos y de pintores fallecidos hace menos de 70 años. Norma que, por unos cuantos dólares, puede pasarse por alto. Aunque estén vivitos, coleando y protestando por la copia indiscriminada, también se pueden adquirir las obras de los pintores chinos contemporáneos, ya que, según Chen Ming, "en los documentos de embarque se especificará que los cuadros son réplicas". Sin duda, este lugar haría las delicias de la SGAE...



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